Soy una artista contemporánea.
No porque siga las tendencias, sino porque habito con plena conciencia mi tiempo. Pinto desde lo que observo, desde lo que me hiere, desde aquello que necesita ser contado y no puede callarse.
Mi arte es narrativo: cada obra encierra una historia —la mía, la tuya, la de muchos—, escrita en los silencios de los rostros, en los cuerpos que hablo con líneas, en los símbolos que coloco con intención.
Trabajo desde la figuración porque en la figura humana reconozco una fuerza ancestral. No me interesa deformarla ni idealizarla: la muestro en su verdad. Una verdad que toca, que mira, que interpela.
La academia me dio reglas, y aprendí a respetarlas solo para decidir cuáles romper. Prefiero el lenguaje del alma antes que la perfección académica. Pinto lo que debe ser dicho, no lo que debe “lucir bonito”.
Mi obra convive con múltiples técnicas —óleo, acuarela, dibujo, escultura, grabado— porque cada historia exige un medio distinto. No me someto a una sola vía: me dejo guiar por la emoción y el mensaje.
El arte que realizo es también testimonio social. No panfleto ni ideología, sino crónica del alma colectiva. Hablo de mujeres, de niños, del dolor, del abandono, de la herencia, de la fuerza y la ternura.
Por eso mi obra es contemporánea, femenina, valiente y profundamente humana. No busco decorar paredes.
Busco tocar conciencias.